Desde el Hades os saludo. Soy Pelias, hijo de Tiro y Poseidón, hermano gemelo de Neleo. Mi madre Tiro se casó con Creteo, con quien tuvo un hijo llamado Esón, pero estaba enamorada de Enipeo, un dios fluvial. Éste, aunque complacido, no estaba interesado en ella. Mi padre, aprovechando la situación, tomó la forma de Enipeo y gozó con ella. De esta unión nacimos mi hermano Neleo y yo. Nunca hizo mi padre nada por nosotros, salvo dejarme su legado de codicia.
Yo tenía sed de poder y quise apoderarme de toda la Tesalia. Así que envié al exilio a Neleo y encarcelé a Esón que, como primogénito, era el legítimo rey.
Esón tenía entonces varios hijos, pero Jasón, el mayor, era el único que podía interponerse en mi camino. Con la excusa de darle una buena educación lo envié con Quirón, el centauro, para que lo instruyera. Y me olvidé de él, hasta el día en que un oráculo me predijo que tuviera cuidado con un visitante que aparecería calzado con una sola sandalia.
Muchos años después, yo celebraba unos juegos deportivos en honor a mi padre cuando llegó Jasón, que llevaba, como predijo la pitonisa, una sola sandalia. Supe más tarde que había perdido la otra pasando a sus espaldas a una anciana a través de un caudaloso río, y que esta anciana era ni más ni menos que la mismísima diosa Hera, que desde entonces le otorgó su protección.
Él se presentó como mi sobrino, como Jasón, legítimo monarca de Tesalia, pensando, quizá inocentemente, que yo esperaba su regreso para devolverle el reino. Pero no era esta mi intención en absoluto. Pensé durante aquella larga noche en la manera de alejarlo para siempre, y recordé que muy lejos de allí, en la Cólquide, había un objeto precioso que nos pertenecía: el Vellocino de Oro.
Haciéndole creer que era una prueba necesaria para ser aceptado por sus conciudadanos, le pedí que fuera a buscarlo. Él no se negó. Era aún un joven deseoso de fama y aventuras.
Con un séquito de héroes partió y regresó con el trofeo. Yo había pensado que jamás lo lograría.
Cuando Jasón volvió exitoso con el Vellocino de Oro, le acompañaba Medea. Yo, aun así, no quisé entregar mi reino a Jasón. Nunca fue esa mi intención. Medea entonces conspiró para que mis hijas me mataran. Les contó que podía rejuvenecerme, sumergiéndome en una enorme olla de agua hirviendo en la que flotaban unas asquerosas hierbas. Mis hijas se negaron, pero para demostrar que lo que aseguraba era cierto, metió en la olla un carnero viejo en uno joven, despedazándolo primero. Del caldero saltó un carnero joven. Emocionadas, mis hijas me despedazaron, con la sola oposición de mi pequeña Alcestis, y yo no sobreviví.
Él no logró reinar en Yolcos, de todas formas. Ni en ningún otro sitio.
Yo tenía sed de poder y quise apoderarme de toda la Tesalia. Así que envié al exilio a Neleo y encarcelé a Esón que, como primogénito, era el legítimo rey.
Esón tenía entonces varios hijos, pero Jasón, el mayor, era el único que podía interponerse en mi camino. Con la excusa de darle una buena educación lo envié con Quirón, el centauro, para que lo instruyera. Y me olvidé de él, hasta el día en que un oráculo me predijo que tuviera cuidado con un visitante que aparecería calzado con una sola sandalia.
Muchos años después, yo celebraba unos juegos deportivos en honor a mi padre cuando llegó Jasón, que llevaba, como predijo la pitonisa, una sola sandalia. Supe más tarde que había perdido la otra pasando a sus espaldas a una anciana a través de un caudaloso río, y que esta anciana era ni más ni menos que la mismísima diosa Hera, que desde entonces le otorgó su protección.
Él se presentó como mi sobrino, como Jasón, legítimo monarca de Tesalia, pensando, quizá inocentemente, que yo esperaba su regreso para devolverle el reino. Pero no era esta mi intención en absoluto. Pensé durante aquella larga noche en la manera de alejarlo para siempre, y recordé que muy lejos de allí, en la Cólquide, había un objeto precioso que nos pertenecía: el Vellocino de Oro.
Haciéndole creer que era una prueba necesaria para ser aceptado por sus conciudadanos, le pedí que fuera a buscarlo. Él no se negó. Era aún un joven deseoso de fama y aventuras.
Con un séquito de héroes partió y regresó con el trofeo. Yo había pensado que jamás lo lograría.
Cuando Jasón volvió exitoso con el Vellocino de Oro, le acompañaba Medea. Yo, aun así, no quisé entregar mi reino a Jasón. Nunca fue esa mi intención. Medea entonces conspiró para que mis hijas me mataran. Les contó que podía rejuvenecerme, sumergiéndome en una enorme olla de agua hirviendo en la que flotaban unas asquerosas hierbas. Mis hijas se negaron, pero para demostrar que lo que aseguraba era cierto, metió en la olla un carnero viejo en uno joven, despedazándolo primero. Del caldero saltó un carnero joven. Emocionadas, mis hijas me despedazaron, con la sola oposición de mi pequeña Alcestis, y yo no sobreviví.
Él no logró reinar en Yolcos, de todas formas. Ni en ningún otro sitio.