Alcestis, buena hija, mejor esposa


Soy Alcestis la hija menor de Pelias, rey de Yolcos, y de Anaxibia .De todas mis hermanas yo era la mas hermosa, aunque me esté mal el decirlo, y la más prudente... Cuando llegó Jasón con el Vellocino, mi padre no lo esperaba. Nunca pensó que él volvería de la insensata aventura a que lo envió. Yo sabía que no pensaba cumplir su palabra de devolverle el trono. No era nada que me preocupara, pero sentí temor al ver a la mujer que había traído con él de la Cólquide. Vi a Medea y me recorrieron mil escalofríos. No sé porqué. Al principio parecía amable y era de bello aspecto, y de hecho bien engañó a mis hermanas. De todos modos, ¿de qué serviría rejuvenecer a nuestro padre? Eso iría contra todas las leyes naturales. No podía ser bueno. Así que fui la única que pudo resistir a las malas artes de Medea, de forma que no participé en el asesinato de mi padre, inmolado por el resto de mis hermanas.
En todo caso, mi memoria ha perdurado entre los hombres por la historia de mi matrimonio con Admeto.
Admeto, rey de Feras, se enamoró de mí, y yo le correspondía, pero mi padre estaba decidido casarme sólo con el hombre cuyo carro fuera tirado por un león y un jabalí bajo un mismo yugo (o sea, no casarme). Admeto había sido servido por Apolo -en calidad de boyero-, cuando éste había sido castigado por haber matado a flechazos a los cíclopes en venganza de la muerte de su hijo Asclepio, que Zeus había matado como castigo porque era un médico tan hábil que nadie llegaba a morir, gracias a él.
Debido a que durante su servicio, Apolo había recibido un buen trato de parte de Admeto, decidió ayudarlo y le proporcionó a éste el carro requerido como condición para obtener mi mano.
Sin embargo, durante la celebración nosotros olvidamos de realizar un sacrificio a Artemisa, quien se molestó y llenó la habitación nupcial de serpientes. De nuevo Apolo, agradecido, decidió interceder ante mi relación con Admeto, al tiempo que obtuvo la gracia de los Hados, para que Admeto no muriese el día designado si alguien se ofrecía en su lugar. Cuando llegó el día de la muerte de mi esposo nadie fue capaz de tal sacrificio. Los soldados que estaban dispuestos a dar su vida en batalla por su rey se estremecieron al pensar en la muerte en la cama. Los sirvientes que habían gozado por la generosidad de Admeto no estaban dispuestos a dejar a un lado los días que les quedaban. Incluso los padres de Admeto, aunque sufrían por la enfermedad de su hijo, temían a la muerte. Solo yo, inflamada por el amor de mi esposo, me ofrecí para morir en su lugar.
No sentí ningún dolor físico, pero me apenaba enormemente dejar a mis hijos. Por eso regresé cuando Heracles bajó al Hades a buscarme. Por mi esposo nunca más volví a sentir afecto. Pero permanecí a su lado, y nadie notó nada. Todos me cantan todavía como a la esposa perfecta.