Orfeo: la música amansa...


Mi famosa lira no bastó para salvar de la muerte a mi amada Eurídice, pero fue de gran ayuda para mi amigo Jasón y el resto de los Argonautas. No soy hombre de aventuras sino de palabras, pero quise acompañar a mi amigo en su largo viaje. Soy leal a la par que músico inspirado.
Para Jasón dormí al fiero dragón que custodiaba el vellocino. Una vez que consiguió el preciado trofeo la nave continuó su camino errante y, guiado por la propia Tetis, por orden de la misma diosa Hera, que siempre ha protegido a Jasón, atravesó el mar de las sirenas. Esos seres terribles, mezcla de ave y mujer, son ruina segura para los navegantes. Su canto es tan maravilloso y atrayente que los barcos encallan sin remedio entre las rocas.
Antes aún de que sus voces se escucharan en la niebla comencé a tocar mi lira. De mi garganta surgió una melodía tan hermosa que no prestaron atención los héroes a esos seres demoníacos. Solo uno de mis compañeros, Butes, llegó a nado hasta las rocas de las encantadoras; pero incluso a él lo salvó Afrodita, instalándolo en un hermoso paraje de Sicilia, donde aún debe estar, si es que vive todavía. ¡Tantos de mis compañeros han muerto!
La nave transitó luego el peligroso estrecho de Mesina, esquivando los peligros de Caribdis y de Escila. Y por las islas errantes, cubiertas de densa humareda.
Por fin llegamos al acogedor palacio de Areté y Alcínoo, en el país de los feacios, y por fin pudimos descansar tras tantos sobresaltos y burlar a Eetes. Pero el mismo buen rey Alcínoo os contará el papel que tuvo en nuestro viaje.