Me presento ante todos vosotros: soy Eetes, Rey de la Cólquide y brujo muy poderoso. Hijo del dios-sol Helios y de la ninfa Perseis. De mi primer matrimonio con la ninfa Asteroide, tuve a Calcíope y a Medea, de la segunda ninfa Idía un hijo, Apsirto.
Mi historia es algo dramática por culpa de un absurdo y creído “héroe” llamado Jasón. Un engreído que vino con su grupo… llamados los argonautas, con el fin de recuperar el vellocino de oro. Yo simulé no tener inconveniente en entregarlo, pero no sabían con quién se metían y mis planes no eran nada buenos. Para mí era un objeto muy valioso, por símbolo sagrado y por ser regalo de mi yerno, Frixo.
Puse como condición a Jasón que cumpliese ciertas tareas, con el convencimiento de que sin ayuda de la magia o de los dioses no podría superarlas. En primer lugar tendría que uncir dos bueyes que echaban fuego por la boca y arar con ellos un campo dedicado a Ares. Una vez arado debería sembrar allí un diente del dragón que mató Cadmo, al fundar la ciudad de Tebas. Pero la magia y los dioses ayudaron a Jasón, al fin y al cabo. Hera, que no sé por qué motivo lo protegía, recurrió a Afrodita para que con sus artes consiguiera que mi hija Medea se enamorara apasionadamente de él. A cambio de una promesa de matrimonio, Medea ideó una poción azafranada que lo hiciera invulnerable al fuego. Al sembrar el diente del dragón, vio cómo surgía de la tierra un ejército de soldados completamente armados. Pero Medea le había advertido también de lo que iba a pasar y le enseñó la forma de librarse del ejército mágico: lanzando una piedra entre ellos, los soldados, que no sabrían quién la había arrojado, lucharían entre sí hasta la muerte.
Después de salir airoso de esta prueba, le ordené que matara al dragón que custodiaba el vellocino y que nunca dormía. Uno de los tripulantes (creo que era un tal Orfeo…) consiguió dormir al monstruo con su canto, permitiendo así que Jasón cogiera el preciado trofeo y pudiera regresar a su patria. Medea, tan inteligente y maga como yo, no se fiaba de mis palabras, y aconsejó a su amante huir en la oscuridad de la noche. Por supuesto, ella lo acompañó.
Un poco tarde ya descubrí su huida, pero salí tras ellos. Tarde o temprano, tendrían que detenerse. Pero la mala pécora mató a su propio hermano, Apsirto, a quien llevaba con ella, y lo troceó, arrojabando sus pobres miembros por la popa. Así yo no tuve más remedio que pararme y recoger sus pedazos, que recuperé para reconstruirlo, gracias a mi profundo conocimiento de la magia. No llegó mi persecución más lejos, pero envié a algunos de mis hombres en su busca. Así sé que pararon en la isla de Eea, donde mi hermana Circe, que siempre ha tenido debilidad por Medea, los purificó de su crimen.
No pude recuperar entonces a mi hija, ya que se unieron por fin en matrimonio en la tierra lejana de los feacios. Sé que con el tiempo volverá a la Cólquida, pero aún tienen que pasar los años. Ahora espero solamente el momento que ese rufián, Jasón, pague por todo el daño que ha hecho y sea castigado en el Tártaro, donde estaré esperándolo. Algo más privilegiado que otros, demasiado amigo de Hades soy para que deje de sufrir castigo.
Mi historia es algo dramática por culpa de un absurdo y creído “héroe” llamado Jasón. Un engreído que vino con su grupo… llamados los argonautas, con el fin de recuperar el vellocino de oro. Yo simulé no tener inconveniente en entregarlo, pero no sabían con quién se metían y mis planes no eran nada buenos. Para mí era un objeto muy valioso, por símbolo sagrado y por ser regalo de mi yerno, Frixo.
Puse como condición a Jasón que cumpliese ciertas tareas, con el convencimiento de que sin ayuda de la magia o de los dioses no podría superarlas. En primer lugar tendría que uncir dos bueyes que echaban fuego por la boca y arar con ellos un campo dedicado a Ares. Una vez arado debería sembrar allí un diente del dragón que mató Cadmo, al fundar la ciudad de Tebas. Pero la magia y los dioses ayudaron a Jasón, al fin y al cabo. Hera, que no sé por qué motivo lo protegía, recurrió a Afrodita para que con sus artes consiguiera que mi hija Medea se enamorara apasionadamente de él. A cambio de una promesa de matrimonio, Medea ideó una poción azafranada que lo hiciera invulnerable al fuego. Al sembrar el diente del dragón, vio cómo surgía de la tierra un ejército de soldados completamente armados. Pero Medea le había advertido también de lo que iba a pasar y le enseñó la forma de librarse del ejército mágico: lanzando una piedra entre ellos, los soldados, que no sabrían quién la había arrojado, lucharían entre sí hasta la muerte.
Después de salir airoso de esta prueba, le ordené que matara al dragón que custodiaba el vellocino y que nunca dormía. Uno de los tripulantes (creo que era un tal Orfeo…) consiguió dormir al monstruo con su canto, permitiendo así que Jasón cogiera el preciado trofeo y pudiera regresar a su patria. Medea, tan inteligente y maga como yo, no se fiaba de mis palabras, y aconsejó a su amante huir en la oscuridad de la noche. Por supuesto, ella lo acompañó.
Un poco tarde ya descubrí su huida, pero salí tras ellos. Tarde o temprano, tendrían que detenerse. Pero la mala pécora mató a su propio hermano, Apsirto, a quien llevaba con ella, y lo troceó, arrojabando sus pobres miembros por la popa. Así yo no tuve más remedio que pararme y recoger sus pedazos, que recuperé para reconstruirlo, gracias a mi profundo conocimiento de la magia. No llegó mi persecución más lejos, pero envié a algunos de mis hombres en su busca. Así sé que pararon en la isla de Eea, donde mi hermana Circe, que siempre ha tenido debilidad por Medea, los purificó de su crimen.
No pude recuperar entonces a mi hija, ya que se unieron por fin en matrimonio en la tierra lejana de los feacios. Sé que con el tiempo volverá a la Cólquida, pero aún tienen que pasar los años. Ahora espero solamente el momento que ese rufián, Jasón, pague por todo el daño que ha hecho y sea castigado en el Tártaro, donde estaré esperándolo. Algo más privilegiado que otros, demasiado amigo de Hades soy para que deje de sufrir castigo.