Son muchos siglos ya... Estoy muy cansada. Desde mi condición de Tierra he contemplado las luchas entre los dioses, que como madre y hermana he soportado y, sobre todo, sufrido. Apenada he visto cómo muchos de mis hijos y nietos se han mezclado con los infortunados mortales, para engendrar héroes, seres más desgraciados todavía.
Consideré con complacencia la creación del hombre, pues sirvió como distracción necesaria para los ociosos habitantes del Olimpo. Así también contaron con adoradores, pues los dioses somos seres sumamente vanidosos. Pero nunca me ha parecido bien la mezcla de seres humanos y divinos, y en esto tengo mucho que reprochar sobre todo al menor de nis nietos, Zeus, que parece que jamás cesará en sus insensatos devaneos. No conforme con haber contado con los favores de las más hermosas diosas, este encantador sinvergüenza parece haber querido tirarse a toda la raza humana. Y no ha sido él el único, pues Poseidón, Apolo, Dioniso y otros también siguieron su ejemplo. Incluso la dorada Afrodita tuvo tratos con mortales, pero a ella no he de condenarla, pues es su condición, y es diosa que procura felicidad a todo el que ella toca.
Lamento la suerte de muchos de los hombres que nacieron de esas uniones, porque han sido infelices, e infelices doblemente pues, al ser hijos de un dios, sus expectativas eran mayores. Cuando pienso en Aquiles no puedo menos que lamentar su suerte. Cierto que el matrimonio de su madre fue forzado, pero él luchó durante toda su breve vida por alcanzar la inmortalidad que le fue negada, puesto que su corazón era más que humano. Y ahí está, en el Hades, como cualquier otro hombre. Teseo, Jasón, Eneas... todos aspiraron a más de lo que podían. Ninguno está en el Olimpo, acompañando a su padre. Está Heracles, claro, pero su existencia fue tan desgraciada... Y de las mujeres, ¿Qué decir? Solo es diosa Ariadna, que tuvo la suerte de ser vista por Dioniso, que se enamoró ciegamente de tan bella mujer.
Pobres humanos, plegados a los caprichos de los dioses, que ninguna recompensa pueden esperar aun siendo sus hijos...
Consideré con complacencia la creación del hombre, pues sirvió como distracción necesaria para los ociosos habitantes del Olimpo. Así también contaron con adoradores, pues los dioses somos seres sumamente vanidosos. Pero nunca me ha parecido bien la mezcla de seres humanos y divinos, y en esto tengo mucho que reprochar sobre todo al menor de nis nietos, Zeus, que parece que jamás cesará en sus insensatos devaneos. No conforme con haber contado con los favores de las más hermosas diosas, este encantador sinvergüenza parece haber querido tirarse a toda la raza humana. Y no ha sido él el único, pues Poseidón, Apolo, Dioniso y otros también siguieron su ejemplo. Incluso la dorada Afrodita tuvo tratos con mortales, pero a ella no he de condenarla, pues es su condición, y es diosa que procura felicidad a todo el que ella toca.
Lamento la suerte de muchos de los hombres que nacieron de esas uniones, porque han sido infelices, e infelices doblemente pues, al ser hijos de un dios, sus expectativas eran mayores. Cuando pienso en Aquiles no puedo menos que lamentar su suerte. Cierto que el matrimonio de su madre fue forzado, pero él luchó durante toda su breve vida por alcanzar la inmortalidad que le fue negada, puesto que su corazón era más que humano. Y ahí está, en el Hades, como cualquier otro hombre. Teseo, Jasón, Eneas... todos aspiraron a más de lo que podían. Ninguno está en el Olimpo, acompañando a su padre. Está Heracles, claro, pero su existencia fue tan desgraciada... Y de las mujeres, ¿Qué decir? Solo es diosa Ariadna, que tuvo la suerte de ser vista por Dioniso, que se enamoró ciegamente de tan bella mujer.
Pobres humanos, plegados a los caprichos de los dioses, que ninguna recompensa pueden esperar aun siendo sus hijos...