Eneas, hijo de Anquises


Sirva esta carta como expiación y justificación de mi única culpa, abandonar a la reina Didó, puesto que en todo momento fui el instrumento de los designios divinos.
Al tomar los aqueos la ciudad, yo resistía en la ciudadela de Troya. Algunos me reprochan haber huido. pero la resistencia permitió que muchos troyanos salvaran sus vidas o escaparan a la esclavitud. Troya estaba perdida, pero yo gané tiempo para evacuar a mujeres, niños y ancianos, que se pusieron en camino del Monte Ida, protegidos por una escolta, cuyo objetivo era defender los puntos más estratégicos de la montaña. Los aqueos no prestaron atención a la multitud que abandonaba la ciudad, por estar ocupados en tomar la ciudadela. Llevaba conmigo a mi familia, las deidades de mi hogar, y todo lo que me pareció de valor, ya fuera persona o cosa.
Luego de abandonar Troya, llegué al Monte Ida, en donde me unieron todos los que habían conseguido huir de Troya. Abrigaban todos estos la esperanza de regresar a sus hogares, cuando el enemigo zarpara. De este modo, construimos, al pie de la montaña, una flota de veinte naves con las que zarpamos en los primeros días del verano.
Llegamos primero a Tracia. Después que nos recibiera el rey Anio en la isla de Delos, realizamos un fallido intento de afincarnos en Creta. Luego hicimos escalas en las islas Estrófades y Zacinto, pasando Ítaca de largo, antes de llegar a Butrotis, en Epiro. Luego cruzamos hacia Italia, bordeando las aguas de Tarento, del cabo Lacinio, y de la costa siciliana. En mi primera llegada al cabo Drépano, perdí a mi padre. De ahí zarpé hacia Cartago, en donde conocí a la reina Didó. Después de mi aventura amorosa con la reina, volví a Drépano, y de ahí cruzamos a Italia. En Cumas, descendí al Mundo Subterráneo, y terminamos nuestro viaje en el puerto de Cayeta.
La reina Dido nos recibió con hospitalidad, y se enamoró de mí. Al principio, olvidé yo que mi destino era Italia. Pero un día, mientras supervisaba ciertas obras públicas, se me apareció Hermes, que había sido enviado por Zeus, para reprocharme:
«¿Tú te dedicas ahora a plantar los cimientos de la alta Cartago y complaciente con tu esposa construyes una hermosa ciudad? ¡Olvidas, ay, tu reino y tus propios deberes!» [Virgilio, Eneida 4.265]
Recordé entonces mi destino, y decidí dejar a Didó y Cartago:
«...a Italia las suertes licias me ordenaron marchar; ése es mi amor, ésa mi patria... a ti, fenicia, las murallas de Cartago te retienen y la vista de una ciudad libia.» [Eneas a Dido. Eneida 4.345]
Y como Dido no aceptaba la separación, le dije:
«Deja ya de encenderme a mí y a ti con tus quejas; que no por mi voluntad voy a Italia [sino por la de los dioses].» [Eneida 4.360]
Didó, que sentía que había rescatado mi flota , salvado a mis amigos de la muerte, tomado bajo su protección a un vagabundo despojado, y compartido con él su reino, no podía ver en mi decisión más que traición e ingratitud. Y el mismo día que zarpé, se dejó caer ella sobre mi espada, encima de la pira funeraria.
Después de un segundo desembarco en Sicilia, llegó la flota a Cumas. Ahí, guiado por una Sibila, descendí al Mundo Subterráneo, donde encontré a mi padre, y también a Didó, que, de nuevo con su marido tirio, se negó a dirigirme la palabra.
Después llegué al Lacio, territorio que gobernaba el rey Latino, a cuya hija Lavinia, deseaba desposar el rey de los rútulos, Turno. Latino, sin embargo, me prefería como yerno antes que a Turno, pues había sabido por un oráculo que su hija se casaría con un extranjero. Pero Amata, esposa de Latino, prefería a Turno, y en razón de la intriga que se derivó de las contrarias preferencias, estalló una importante guerra, en la que ambas partes fueron apoyadas por numerosos aliados. La guerra terminó cuando, en un duelo, di muerte a Turno. Me casé después con Lavinia, y nuestro hijo, Silvio, llegó a ser rey de Alba. Descendientes nuestros fundarían Roma más tarde, con lo que la espada de Troya volvió a dirigir los destinos de la humanidad.
Sentí tener que dejar a Didó y sentí matar a Turno, que era sin duda un bravo joven y valiente guerrero. Pero así lo habían decidido los dioses. Espero que la posteridad lo comprenda.