Héctor, guerrero caballeroso


Soy Héctor, hijo mayor de Príamo y príncipe de Troya y esposo de Andrómaca. Comandé los ejércitos de mi padre en la guerra de Troya contra Aquiles, que dirigía los ejércitos de Agamenón, rey griego que quiso conquistar nuestro pueblo, utilizando como excusa que mi hermano había raptado a la esposa de su hermano, Menelao. Fui conocido una vez como el mejor guerrero de la tierra. Me gustaría que todos lean acerca de mí y se enteren del esfuerzo que mis guerreros y yo pusimos en la batalla, defendiendo nuestro pueblo con la sangre y con la vida.
Mi padre se llama Príamo, tengo una bella esposa y mi hermano es Paris, amante de Helena, la esposa del poderoso rey de Esparta, Menelao, que es hermano de Agamenón, el rey de Micenas, el estado más fuerte de todas las ciudades – estado griegas.
Cuando regresé de viaje de Esparta, donde estaba negociando la paz con su rey, conocí a mi hijo que acababa de nacer.
Mi hermano menor es un joven muy inteligente pero que no es muy propicio a pelear, es por eso que no aprendió a usar la espada ni la lanza. Un cobarde que huye de la pelea. Para eso es mi hermano pequeño. Siempre que necesitó pelear entré yo a defenderlo y así lo hice siempre, cuando maté a Menelao durante la guerra de Troya.
Ahora Aquiles es mi gran enemigo.
Aquiles, con sus 50 hombres, a quienes él llamaba leones, asaltó la playa de Troya, defendida por 10 000 soldados en una de las hazañas militares más famosas de la historia, pero luego, la batalla se estancó y se peleó durante de 10 años, cuando con el caballo como señuelo los griegos entraron a mi ciudad.
Aquiles se niega a seguir combatiendo. Se siente ultrajado por que le han robado a la esclava Briseida. Los griegos sufren terribles derrotas ya que mis tropas no les acobarda la figura de Aquiles. Su amigo Patroclo decide vestirse como él y batallar en su lugar. Va vestido de Aquiles, pero no es Aquiles. Con el disfraz logra hacer huir a muchos soldados pero no a mí, hijo de Príamo y Hécuba. Luchamos los dos y le mato. Aquiles furioso quiere vengar a su amado.
Yo, sabiendo lo que se me avecinaba, me despedí de mi esposa y de mi pequeño hijo. No volvería a ver más a mi familia; tenía ese presentimiento, por eso fui despidiéndome como pude de ellos..
Llegó el fatídico día. Aquiles se presentó ante las murallas esperando que yo bajase a pelear.
Le lancé mi lanza y el ágil Aquiles la esquivó, devolviéndome la suya e hiriéndome de muerte.
Para su venganza me ató a su carro y dio vueltas con mi cadáver y mi pobre padre le pidió clemencia por mi cuerpo mutilado a cambio de su peso en oro. Aquiles accedió.

Despedida a mi mujer e hijo:

Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los troyanos, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo, armad con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego tejas tela e Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseide o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte derramar lágrimas: Ésta fue la esposa de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los troyanos, domadores de caballos, cuando en torno de Ilio peleaban. Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.
¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los troyanos e igualmente esforzado; que reine poderosamente en Ilio; que digan de él cuando vuelva de la batalla: ¡Es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo quien haya muerto, regocije el alma de su madre.
¡Desdichada! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Hades antes de lo dispuesto por el destino; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilion, y yo el primero.