Aquiles: la gloria antes que la vida


Soy hijo del mortal Peleo, rey de los Mirmidones en Ftia (sureste de Tesalia), y la ninfa marina Tetis. El centauro Quirón me educó junto con Peleo en el monte Pelión, nos alimentó de fieros jabalíes, entrañas de león y médula de oso para aumentar mi valentía. La musa Calíope me enseñó el canto, y el profeta Calcante predijo que a mí se me daría a escoger entre una vida corta y gloriosa o larga en años y anodina.
Mi madre intentó ocultarme con la guerra de Troya para que no fuera a morir, pero me importaba poco, ya que lo que me importaba de verdad era la gloria y la riqueza en este mundo.
Durante la Guerra de Troya, yo y Agamenón disputamos a causa de la situación derivada de que Criseida, la hija del sacerdote de Apolo, hubiese de ser devuelta a su padre Crises. Apolo se enojó por la negativa inicial de Agamenón a devolver a Criseida, y envió al campamento aqueo una epidemia que asolaba al ejército. Agamenón deseaba que la plaga cesara, es decir, estaba de acuerdo con devolver a Criseida, pero no estaba dispuesto a "quedarse con las manos vacías", de manera que exige que alguien, alguno de los mejores de los príncipes aqueos, le ceda su botín como forma de reemplazar a Criseida; yo, indignado con esta exigencia, discutí con Agamenón y le dije que si no acepta sin más la devolución de Criseida, y la promesa de regalos que la comunidad le ofrecerá como compensación una vez que tomen Troya, yo me marcharía a casa con mi ejército mirmidón; Agamenón accedió, pero se quedó por la fuerza con mi esclava favorita, Briseida. Yo juré no volver al campo de batalla, permanecí en mi tienda 12 decisivos días. Patroclo, conmocionado por la situación de los aqueos, que ya era desesperada, me pidió que le deje ir con mi armadura al campo de batalla; yo accedí. En la batalla Patroclo muere a manos de Héctor, que le arrebata mis armas. Yo, dolido hasta lo más profundo por la muerte de mi mejor amigo, volví por fin al campo de batalla para vengar su muerte.
Revestido con las armas forjadas por Hefesto y reconciliado con Agamenón, que me entrega a Briseida, me lanzo con ímpetu arrollador al combate. Lucho con Héctor y le doy muerte. Hago que los caballos arrastren el cadáver del jefe troyano alrededor de la ciudad. Príamo tuvo el valor de pedirme el cadáver de Héctor para incinerarlo. Tomada e incendiada Troya, la muerte de mi amigo queda vengada por mí.
Yo también derroté a Cicno de Colona y a la guerrera amazona Pentesilea (por desgracia maté a esa bellísima mujer). Como había predicho Héctor en su último aliento, Paris, más tarde me mató, clavándome una flecha en el talón. Niego cualquier tipo de valor a Paris: era cobarde y no tan hombre como su hermano Héctor. Mis huesos fueron mezclados con los de Patroclo, y se celebraron los juegos funerarios.
Más tarde Filóctetes mató a Paris usando el enorme arco de Heracles.
Mi armadura fue objeto de una disputa entre Odiseo y Ayax el Grande (mi primo mayor). Ambos compitieron por ella y Odiseo ganó. Ayax se volvió loco de dolor y juró matar a sus compañeros; empezó a matar ganado (pensando que eran soldados griegos) y entonces se suicidó.
Espero que la fama de mis hazañas me otorgue en la memoria de los hombres la inmortalidad que me fue negada tras mi nacimiento y a la que creo que como hijo de diosa tenía derecho.