Hades, el señor de las tinieblas


Hola, ilusos mortales, me presento ante todos vosotros como Hades, Dios del Inframundo, hijo del Titán Crono y su hermana Rea. Opté por reinar en el seno de la tierra, sombrío reinado de la Muerte, ya que mis dos hermanos reinan en el cielo y en las aguas. El Inframundo, reino que algunos dirán que es un aburrimiento, para mí no lo es, ya que me encanta hacer sufrir aquellos mortales que se lo merecen. Como no me gusta vuestro mundo mortal mando a las Keres bajo mis órdenes, hijas de la noche, vírgenes aladas las cuales se abaten como vampiros sobre los campos de batalla.

Las almas de los muertos son transportadas por Tanatos (el genio de la muerte) o por Hipnos (el genio del sueño), o por el propio Hermes, descendiendo a los Infiernos por las gargantas del río Estige, un río de aguas negras que desaparece (como ocurre con varios ríos griegos) en las entrañas de la Tierra. El Estige desemboca en el Aqueronte, río infernal que rodea el palacio de Hades. Las almas lo cruzan sobre la barca de Caronte, que percibe un peaje, y penetran en mi palacio por una puerta que vigila mi gran perro de tres cabezas, bestia pérfida llamada Cerbero que nunca más les permitirá salir, devorando a los que lo intenten.

En mi palacio, presido un tribunal compuesto además por tres jueces: Minos, Radamantis y Éaco, que los mandaban por tres senderos según sus actos. Por el primer sendero se llega a la llanura de Asfódelo; aquí se quedaban los mediocres. Por otro camino se accedía a los Campos Elíseos, donde iban los afortunados. Y por último el Tártaro, lo más parecido a un infierno. Aquí en el Tártaro habitan algunos mortales que osaron burlarse de mí y de mi esposa Perséfone o que han cometido un gran crimen: están las Danaides, hijas de Dánao, rey de Argos, que por orden de su padre mataron a sus maridos porque un oráculo había prevenido al rey que sería muerto por uno de sus yernos. Están condenadas a verter eternamente en un tonel sin fondo, un agua que deben recoger en una fuente inagotable. Sísifo, que era un ladrón y un asesino, fue condenado a empujar eternamente una roca cuesta arriba solo para verla caer por su propio peso. También allí se encontraba Ixión, el primer humano que derramó sangre de un pariente. Hizo que su suegro cayese a un pozo lleno de carbones en llamas para evitar pagarle los regalos de boda. Su justo castigo fue pasar la eternidad girando en una rueda en llamas. Además, quiso seducir a Hera. Tántalo, que disfrutaba de la confianza de nosotros los dioses conversando y cenando, compartió la comida y nuestros secretos con sus amigos. Su justo castigo fue ser sumergido hasta el cuello en agua fría, que desaparecía cada vez que intentaba saciar su sed, con suculentas uvas sobre él que subían fuera de su alcance cuando intentaba cogerlas. Y estos dos, Teseo y Pirítoo, quienes habían prometido desposar a hijas de mi hermano Zeus. Teseo eligió a Helena, la secuestró con la ayuda de Pirítoo y decidió retenerla hasta que tuviese la edad de casarse. Pirítoo eligió a Perséfone, mi mujer(gran error para él no sabe con quién se mete). Dejaron a Helena con la madre de Teseo, Etra, y viajaron al Inframundo. Fingí ofrecerles hospitalidad y preparé un banquete. Tan pronto como la pareja terminó su comida se dirigieron a mi esposa para indicarle que se tenía que marchar, mi esposa ya sabía lo que le iba a pasar a esos dos granujas, cuando intentaron levantarse vieron que no podían. Yo como siempre disfruto de cómo los castigo, Heracles rescató a Teseo (maldito Heracles). Tántalo se ríe de Pirítoo porque puede enseñarle el culo jaja, pero el se burla ya que puede comerse su comida, algo con lo que me distraigo.
Y por ultimo hablar de mi querida esposa Perséfone, tuve que raptarla porque estaba ciego de amor por ella. Estaba cogiendo flores inocentemente con algunas ninfas en un campo en Enna cuando aparecí, emergiendo de una grieta del suelo, en un carro tirado por caballos negros, y rapté a Perséfone. Las ninfas fueron transformadas en las Sirenas por no haber intervenido. La vida quedó paralizada mientras mi desolada suegra, Deméter (diosa de la Tierra) buscaba por todas partes a su hija perdida. Al final mi suegra descubrió que yo la tenía y se la quiso llevar pero como había comido unos granos de granada ya no pudo irse del Inframundo, ya que aquel que coma algo no podrá marcharse. Así que mi suegra y yo hicimos un pacto, Perséfone se iba con ella durante un tiempo, y después volvía conmigo al Inframundo. Con tanto ajetreo de venir y de ir no tengo hijos con Perséfone, algo que me da mucha tristeza ya que hubiese enseñado a mis hijos la forma de cómo castigaros, ilusos mortales.¡Qué gran pena!