Soy la más bella


No nací propiamente. Surgí de la espuma del mar, cerca de Chipre, cuando Crono arrojó al ponto los genitales de su padre, Urano.
Debido a mi inmensa belleza Zeus tenía miedo de que yo fuera causa de violencia entre los demás dioses. Por eso, y por contentar a Hefesto, ya que Hera quería reconciliarse con él, tramaron casarme con el más feo de los dioses. Y no solo feo, sino severo y malhumorado, cubierto siempre de polvo y hollín por su trabajo en la fragua. Por mí, nada que objetar. Yo misma lo elegí, para sorpresa de todos. Desprecié a Apolo, que es un creído, a Ares, al que proyectaba convertir en mi amante... a Hermes, con el que ya había tenido relaciones e incluso un hijo, Hermafrodito. Y es que yo calculaba que lo podría mangonear como quisiera. Y de hecho, así fue. Y tuve mis amantes: Ares, Poseidón, Dioniso... Y no solo me contenté con el amor de los dioses: muchos mortales sucumbieron a mis encantos: de mi unión con el troyano Anquises nació Eneas, y amé apasionadamente a Adonis.
Pero mi amante fijo y duradero fue Ares. Incluso después de que se enterara mi marido por boca de Helios de nuestra relación. Hefesto tuvo la brillante idea de tejer una red con finas cadenas y colocarla sobre mi lecho, para que nos atrapara a Ares y a mí cuando nos acostáramos juntos. Cuando la red cayó, convocó a todos los dioses para que se burlaran de nosotros (las diosas, por vergüenza, se quedaron en el Olimpo); pero solo consiguió que se burlaran de él mismo. Incluso hubo algún dios comentó que a él no le hubiera importado estar bajo la red. Hefesto prometió liberarnos en cuanto Ares le hubiera ofrecido desagravios, pero en cuanto se levantó la red olvidamos los buenos propósitos. Si no lo creéis, leed el canto octavo de la Odisea. ¿Quién lo va a contar mejor que Homero?:

"Y Demódoco, acompañándose de la cítara, rompió a cantar bellamente sobre los amores de Ares y de la de linda corona, Afrodita: cómo se unieron por primera vez a ocultas en el palacio de Hefesto. Ares le hizo muchos regalos y deshonró el lecho y la cama de Hefesto, el soberano. Entonces se lo fue a comunicar Helios, que los había visto unirse en amor. Cuando oyó Hefesto la triste noticia, se puso en camino hacia su fragua meditando males en su interior; colocó sobre el tajo el enorme yunque y se puso a forjar unos hilos irrompibles, indisolubles, para que se quedaran allí firmemente.
Y cuando había construido su trampa irritado contra Ares, se puso en camino hacia su dormitorio, donde tenía la cama, y extendió los hilos en círculo por todas partes en torno a las patas de la cama; muchos estaban tendidos desde arriba, desde el techo, como suaves hilos de araña, hilos que no podría ver nadie, ni siquiera los dioses felices, pues estaban fabricados con mucho engaño. Y cuando toda su trampa estuvo extendida alrededor de la cama, simuló marcharse a Lemnos, bien edificada ciudad, la que le era más querida de todas las tierras.
Ares, el que usa riendas de oro, no tuvo un espionaje ciego, pues vio marcharse lejos a Hefesto, al ilustre herrero, y se puso en camino hacia el palacio del muy ilustre Hefesto deseando el amor de la diosa de linda corona, de la de Citera. Estabá ella sentada, recién venida de junto a su padre, el poderoso hijo de Cronos. Y él entró en el palacio y la tomó de la mano y la llamó por su nombre:
«Ven acá, querida, vayamos al lecho y acostémonos, pues Hefesto ya no está entre nosotros, sino que se ha marchado a Lemnos, junto a los sintias, de salvaje lengua.»
Así habló, y a ella le pareció deseable acostarse. Y los dos marcharon a la cama y se acostaron. A su alrededor se extendían los hilos fabricados del prudence Hefesto y no les era posible mover los miembros ni levantarse. Entonces se dieron cuenta que no había escape posible. Y llegó a su lado el muy ilustre cojo de ambos pies, pues había vuelto antes de llegar a tierra de Lemnos; Helios mantenía la vigilancia y le dio la noticia y se puso en camino hacia su palacio, acongojado su corazón. Se detuvo en el pórtico y una rabia salvaje se apoderó de él, y gritó estrepitosamente haciéndose oír de todos los dioses:
«Padre Zeus y los demás dioses felices que vivís siempre, venid aquí para que veáis un acto ridículo y vergonzoso: cómo Afrodita, la hija de Zeus, me deshonra continuamente porque soy cojo y se entrega amorosamente al pernicioso Ares; que él es hermoso y con los dos pies, mientras que yo soy lisiado. Pero ningún otro es responsable, sino mis dos padres: ¡no me debían haber engendrado! Pero mirad dónde duermen estos dos en amor; se han metido en mi propia cama. Los estoy viendo y me lleno de dolor, pues nunca esperé ni por un instante que iban a dormir así por mucho que se amaran. Pero no van a desear ambos seguir durmiendo, que los sujetará mi trampa y las ligaduras hasta que mi padre me devuelva todos mis regalos de esponsales, cuantos le entregué por la muchacha de cara de perra. Porque su hija era bella, pero incapaz de contener sus deseos.»
Así habló, y los dioses se congregaron junto a la casa de piso de bronce. Llegó Poseidón, el que conduce su carro por la tierra; llegó el subastador, Hermes, y llegó el soberano que dispara desde lejos, Apolo. Pero las hembras, las diosas, se quedaban por vergüenza en casa cada una de ellas.
Se apostaron los dioses junto a los pórticos, los dadores de bienes, y se les levantó inextinguible la risa al ver las artes del prudente Hefesto. Y al verlo, decía así uno al que tenía más cerca:
«No prosperan las malas acciones; el lento alcanza al veloz. Así, ahora, Hefesto, que es lento, ha cogido con sus artes a Ares, aunque es el más veloz de los dioses que ocupan el Olimpo, cojo como es. Y debe la multa por adulterio.»
Así decían unos a otros. Y el soberano, hijo de Zeus, Apolo, se dirigió a Hermes:
«Hermes, hijo de Zeus, Mensajero, dador de bienes, ¿te gustaría dormir en la cama junto a la dorada Afrodita sujeto por fuertes ligaduras?»
Y le contestó el mensajero el Argifonte:
«¡Así sucediera esto, soberano disparador de lejos, Apolo! ¡Que me sujetaran interminables ligaduras tres veces más que ésas y que vosotros me mirarais, los dioses y todas las diosas!»
Así dijo y se les levantó la risa a los inmortales dioses. Pero a Poseidón no le sujetaba la risa y no dejaba de rogar a Hefesto, al insigne artesano, que liberara a Ares. Y le habló y le dirigió aladas palabras:
«Suéltalo y te prometo, como ordenas, que te pagaré todo lo que es justo entre los inmortales dioses.»
Y le contestó el insigne cojo de ambos pies:
«No, Poseidón, que conduces tu carro por la tierra, no me ordenes eso; sin valor son las fianzas que se toman por gente sin valor. ¿Cómo iba yo a requerirte entre los inmortales dioses si Ares se escapa evitando la deuda y las ligaduras?
Y le respondió Poseidón, el que sacude la tierra:
«Hefesto, si Ares se escapa huyendo sin pagar la deuda, yo mismo te la pagaré.»
Y le contestó el muy insigne cojo de ambos pies:
«No es posible ni está bien negarme a tu palabra.»
Así hablando los liberó de las ligaduras la fuerza de Hefesto. Y cuando se vieron libres de las ligaduras, aunque eran muy fuertes, se levantaron enseguida: él marchó a Tracia y ella se llegó a Chipre, Afrodita, la que ama la risa. Allí la lavaron las Gracias y la ungieron con aceite inmortal, cosas que aumentan el esplendor de los dioses que viven siempre y la vistieron deseables vestidos, una maravilla para verlos."