Yo soy Hefesto, hijo de Hera y Zeus. Nací prematuramente y deforme. Mi madre se avergonzó de mí y me arrojó al mar. Me salvaron dos nereidas, Eurínome y Tetis, que me tuvieron oculto durante nueve años en una gruta del río Océano. Allí aprendí el arte de la forja. Por eso me convertí en el dios del fuego y la fragua, así como de los herreros, los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia.
Quise vengarme de mi madre y le regalé un trono de oro que yo mismo había fabricado. Cuando mi madre Hera se sentó, unas cadenas invisibles la rodearon e inmovilizaron.
Ninguno de los dioses pudo convencerme de que la liberara, hasta que Dioniso, ayudado por el vino, que aturde
la mente, consiguió llevarme al Olimpo a lomos de una mula. Accedí a liberar a mi madre y solo porque me prometió darme a Afrodita por esposa.
Yo estaba contentísimo de haberme casado con la diosa de la belleza y forjé para ella hermosa joyería, incluyendo un cinturón que la hacía incluso más irresistible para los hombres.
Sin embargo, Afrodita se entregaba en secreto a Ares, el dios de la guerra. Cuando tuve noticia de estos amores por Helios, el sol, que todo lo ve, tejí una red de plata irrompible casi invisible con la que atrapé en la cama a los amantes en uno de sus encuentros. El suceso fue motivo de gran algarabía en el Olimpo, pues llamé a todos los demás dioses olímpicos para burlarse de ellos; algún dios desenfadado comentó que no le habría importado sentir tal vergüenza. No los liberé hasta que prometieran terminar su romance, pero ambos escaparon tan pronto como levanté la red y no mantuvieron su promesa.
En mi frustración por este matrimonio me enamoré de Atenea. Intenté violarla, pero no lo logré. Mi semen cayó en la pierna de Atenea, y ésta lo limpió con un trozo de lana que tiró al suelo, surgiendo entonces Erictonio de la tierra. Atenea lo crió como hijo propio.
Trabajé bajo los volcanes, con la ayuda de los cíclopes. Así fabriqué multitud de objetos y armas para los dioses, como el casco y las sandalias aladas de Hermes, la égida de Zeus, el famoso cinturón de Afrodita, la armadura de Aquiles, las castañuelas de bronce de Heracles, el carro de Helios, el hombro de Pélope, el arco y las flechas de Eros, y el casco de invisibilidad de Hades. También elaboré el collar que regalé a Harmonía y el cetro de Agamenón.
Y creé diversas criaturas:
A Talos, el gigante de bronce que Zeus dio a Europa para que fuese el guardián de Creta.
Las Kourai Khryseai (Κουραι Χρυσεαι, ‘doncellas doradas’)que eran dos autómatas de oro con la apariencia de jóvenes mujeres vivas. Se decía que poseían inteligencia, fuerza y el don del habla. Atendían a Hefesto en su palacio del Olimpo.
La primera mujer, Pandora, y su famosa caja.
Creo que puedo decir con razón que trabajé más que los demás inmortales, que se pasaban la vida básicamente enredando y castigando a los mortales por tonterías.
Quise vengarme de mi madre y le regalé un trono de oro que yo mismo había fabricado. Cuando mi madre Hera se sentó, unas cadenas invisibles la rodearon e inmovilizaron.
Ninguno de los dioses pudo convencerme de que la liberara, hasta que Dioniso, ayudado por el vino, que aturde
la mente, consiguió llevarme al Olimpo a lomos de una mula. Accedí a liberar a mi madre y solo porque me prometió darme a Afrodita por esposa.
Yo estaba contentísimo de haberme casado con la diosa de la belleza y forjé para ella hermosa joyería, incluyendo un cinturón que la hacía incluso más irresistible para los hombres.
Sin embargo, Afrodita se entregaba en secreto a Ares, el dios de la guerra. Cuando tuve noticia de estos amores por Helios, el sol, que todo lo ve, tejí una red de plata irrompible casi invisible con la que atrapé en la cama a los amantes en uno de sus encuentros. El suceso fue motivo de gran algarabía en el Olimpo, pues llamé a todos los demás dioses olímpicos para burlarse de ellos; algún dios desenfadado comentó que no le habría importado sentir tal vergüenza. No los liberé hasta que prometieran terminar su romance, pero ambos escaparon tan pronto como levanté la red y no mantuvieron su promesa.
En mi frustración por este matrimonio me enamoré de Atenea. Intenté violarla, pero no lo logré. Mi semen cayó en la pierna de Atenea, y ésta lo limpió con un trozo de lana que tiró al suelo, surgiendo entonces Erictonio de la tierra. Atenea lo crió como hijo propio.
Trabajé bajo los volcanes, con la ayuda de los cíclopes. Así fabriqué multitud de objetos y armas para los dioses, como el casco y las sandalias aladas de Hermes, la égida de Zeus, el famoso cinturón de Afrodita, la armadura de Aquiles, las castañuelas de bronce de Heracles, el carro de Helios, el hombro de Pélope, el arco y las flechas de Eros, y el casco de invisibilidad de Hades. También elaboré el collar que regalé a Harmonía y el cetro de Agamenón.
Y creé diversas criaturas:
A Talos, el gigante de bronce que Zeus dio a Europa para que fuese el guardián de Creta.
Las Kourai Khryseai (Κουραι Χρυσεαι, ‘doncellas doradas’)que eran dos autómatas de oro con la apariencia de jóvenes mujeres vivas. Se decía que poseían inteligencia, fuerza y el don del habla. Atendían a Hefesto en su palacio del Olimpo.
La primera mujer, Pandora, y su famosa caja.
Creo que puedo decir con razón que trabajé más que los demás inmortales, que se pasaban la vida básicamente enredando y castigando a los mortales por tonterías.