El más guapo de los dioses, Apolo


Soy Apolo, dios del sol, la música, las artes, la adivinación, la profecía, la danza y la luz (sí, de todo eso). Mis padres son Zeus y Leto (su última amante divina). Mi hermana gemela es Ártemis, diosa virgen de la luna y de la caza. Nací en Delos el séptimo día de Targelion. Me caracterizan un carro, una faretra con flechas y un arco, todo ello de oro, que pedí a mi padre como regalo. Me encanta tocar la flauta y la lira. Soy famoso también, y eso no me gusta tanto, por mis fracasos amorosos:
Afrodita, diosa de la belleza y del amor sensual. Me presenté para intentar ser su esposo junto con otros dioses, pero al final nos rechazó y eligió al más feo, Hefesto.
Casandra era una simple mortal, a quien le dije que si accedía a mantener relaciones conmigo le concedería el don de la adivinación, pero me traicionó al no cumplir su parte del trato cuando recibió dicho don. Me vengué encargándome de que nadie la creyera nunca.
Con Dafne, una ninfa preciosa, fue un caso especial. Me metí con Eros, dios del amor, lo que provocó que me lanzara una flecha de amor hacia la ninfa y otra de odio de ella hacia mí, haciendo imposible nuestro amor. Una vez intenté alcanzarla, y ella huyó de mí, y cuando ya casi la tenía le pidió a su padre que la convirtiera en cualquier cosa, con tal de que yo no pudiera poseerla. Él accedió y la convirtió en una planta hasta entonces desconocida: el laurel. Ahora, cada vez que lloro junto al árbol y cae una lágrima sobre él, crece más. Por eso este arbusto está consagrado a mí.
Por último quiero hablar de Corónide, otra mortal. En esta ocasión, conociendo su debilidad por las tortugas, me convertí en una para que me viera y me llevara con ella. Una vez que estuvimos solos volví a adoptar mi aspecto normal y, digo yo que al percatarse de mi divinidad y hermosura (más bien lo primero que lo segundo), quedó rendida a mis encantos y consumamos nuestro amor. Tras quedarse embarazada, un cuervo (cuyo plumaje era blanco), vino a avisarme de que ella tenía un novio (Isquis), ya desde antes de conocerla yo. De la furia que sentí convertí a ese y a todos los cuervos en aves de color negro. No contento con mi venganza le pedí a mi padre que le lanzara un rayo que la fulminara, pero sin causarle daños a mi hijo Asclepio, que por cierto fue el único que tuve. Desde entonces no he vuelto a querer a nadie.
Asclepio era un semidiós (mitad dios, mitad mortal), dios de la medicina. Como curaba a todos los enfermos, nadie moría, hasta que Hades, dios del inframundo, se quejó a mi padre porque se quedaba sin almas, y sin ningún escrúpulo asesinó a mi único hijo que también era su nieto.
Pero no todo fueron amores, también tuve enfrentamientos. El primero de ellos fue con un sátiro llamado Marsias, que me desafió a un duelo musical: él tocaría la flauta y yo la lira. El que mejor tocara decidiría qué hacer con el perdedor. Viendo que los dos tocábamos igual de bien, llamamos a Atenea, diosa de la sabiduría, que para desempatar propuso tocar los instrumentos al revés. La lira, aún así, siguió con su hermosa melodía, pero la flauta se quedó muda abandonando a Marsias, resultando yo el vencedor de la disputa. Luego mandé colgar a Marsias de un árbol y que fuera despellejado vivo.
Y qué decir de mi enfrentamiento con la serpiente Pitón, guardiana del oráculo de Delfos. Era yo casi un recién nacido, y me apoderé del oráculo en cuanto maté a la terrible serpiente.
Tendría mucho más que contar, pero comprendo que vosotros, pobres humanos, no tenéis un eterna inmortalidad para leer mis aventuras.