Una noche mi padre se mostraba tan triste y preocupado que le pregunte a que se debía tal desdicha. Mi padre me contó en mañana era la fecha marcada para entregar un tributo al rey Minos de Creta, que consistía en el sacrificio de siete doncellas y siete jóvenes, que serían devorados por el monstruo Minotauro. En algunos de mis viajes había escuchado que el Minotauro era un terrible monstruo, con cuerpo de hombre y cabeza de toro, que se alimentaba de carne humana. Le pregunté a mi padre el por qué de tal horrible ofrenda y me explicó que hace tiempo había perdido una guerra con el rey de Creta y desde entonces tenía que pagar ese precio. Le pedí a mi padre que me permitiera ser parte de la ofrenda y me dejara acompañar a las víctimas para poder enfrentarme al Minotauro. Mi padre, naturalmente se negó pero le insistí tanto que al final cedió.
A la mañana siguiente me dirigí al Pireo, puerto de Atenas con mi padre para emprender el viaje. El barco donde próximamente iba a embarcar tenía las velas negras. Me explicó que era señal de luto y que si llegaba victorioso no olvidara cambiarlas por velas blancas para saber que había vencido aún así antes de que llegase a puerto. Se lo prometí, le di un fuerte abrazo y embarque con el resto de los atenienses.
Una noche, durante la travesía, Poseidón, el dios del mar, se me apareció en sueños y me confesó que era tan hijo suyo como de Egeo. Entonces me enteré del fabuloso relato de mi nacimiento. Me dijo que cuando me despertara, me tirara al agua y encontraría un anillo de oro que el rey Minos había perdido hace mucho tiempo. Me desperté. Era de día y a lo lejos se avistaba la isla de Creta. Me tiré al agua y encontré la joya de la que Poseidón me habló, de modo que era verdad ¡era un semidiós! Cuando llegué al puerto de Cnosos, fui a presentarme ante el rey y le pedí que no me separara de mis compañeros. El rey me dijo que si se quería enfrentar al Minotauro lo tendría que hacer con las manos y me obligó a dejar mis armas. Con el rey estaba Ariadna, una de sus hijas, y me quede mirándola por su extraordinaria belleza. Ella estaba tejiendo porque le gustaba. Esa noche entró alguien en mi aposento donde estaba durmiendo y era Ariadna. Ella se sentó a mi lado y me cogió la mano. Me pidió que no entrara en el laberinto porque era imposible salir y entonces ella nunca más volvería a verme. Pues ella se había enamorado de mi. Le dije que era mi deber vencer al Minotauro y ella me dijo que el Minotauro era un monstruo pero era su hermano. Ariadna me desveló los puntos débiles del monstruo para que no entrase a matarlo y al final le dije que no entraría. Al día siguiente Minos nos ordeno entrar en el laberinto y poco a poco nos íbamos adentrando en él, cuando Ariadna se acerco a mí y me susurró al oído que tomara un hilo y me suplico que por lo que más quisiera que no lo perdiera. Poco a poco fuimos adentrando en el laberinto hasta que llegamos donde se encontraba el monstruo. Se dirigió hacia a mí y salté por encima de él arrancándole un cuerno y se lo clavé. Poco a poco el monstruo fue perdiendo fuerzas y cayó derrotado al suelo. Yo y mis compañeros empezamos a saltar de, alegría pero algunos estaban asustados porque temían que no pudiéramos salir de allí. Hasta que les dije que había dejado un hilo por el camino que nos llevaría a la salida. Cuando llegamos a la salida llevábamos los cuernos del Minotauro como prueba de la victoria, Ariadna al verme me dio un fuerte abrazo y nos fuimos camino al puerto con mis compañeros. Zarpamos rumbo a Atenas y en el camino tuve un sueño muy extraño de un dios llamado Dionisio, que me decía que abandonara a Ariadna en una isla porque ella no sería mi esposa y así la abandoné en una tierra desconocida.
De vuelta Atenas celebrábamos la victoria al Minotauro y se me olvidó izar las banderas blancas en señal de la victoria. Mi padre esperándome vio las velas negras, pensó que yo había muerto y se tiró al mar. Mi padre murió. Cuando llegué a Atenas vi como recogían el cuerpo de mi padre y enseguida comprendí la situación y me maldije por haber sido tan descuidado. Enseguida pensé que me había quedado sin padre y sin esposa. Decidí que desde ese día el mar que rodeaba Atenas llevaría el nombre de mi padre. Desde entonces el mar se llamaría Mar Egeo.
Le fallé a mi padre, así como también a Ariadna, que no lo merecía. Pero, sobre todo, le fallé a mi hijo. La historia es demasiado dolorosa y todavía no podría narrarla sin morir de dolor. Aunque ojalá muriera. Solo, al final de mis días, espero que la muerte venga a rescatarme de esta vida que ya no es vida.
A la mañana siguiente me dirigí al Pireo, puerto de Atenas con mi padre para emprender el viaje. El barco donde próximamente iba a embarcar tenía las velas negras. Me explicó que era señal de luto y que si llegaba victorioso no olvidara cambiarlas por velas blancas para saber que había vencido aún así antes de que llegase a puerto. Se lo prometí, le di un fuerte abrazo y embarque con el resto de los atenienses.
Una noche, durante la travesía, Poseidón, el dios del mar, se me apareció en sueños y me confesó que era tan hijo suyo como de Egeo. Entonces me enteré del fabuloso relato de mi nacimiento. Me dijo que cuando me despertara, me tirara al agua y encontraría un anillo de oro que el rey Minos había perdido hace mucho tiempo. Me desperté. Era de día y a lo lejos se avistaba la isla de Creta. Me tiré al agua y encontré la joya de la que Poseidón me habló, de modo que era verdad ¡era un semidiós! Cuando llegué al puerto de Cnosos, fui a presentarme ante el rey y le pedí que no me separara de mis compañeros. El rey me dijo que si se quería enfrentar al Minotauro lo tendría que hacer con las manos y me obligó a dejar mis armas. Con el rey estaba Ariadna, una de sus hijas, y me quede mirándola por su extraordinaria belleza. Ella estaba tejiendo porque le gustaba. Esa noche entró alguien en mi aposento donde estaba durmiendo y era Ariadna. Ella se sentó a mi lado y me cogió la mano. Me pidió que no entrara en el laberinto porque era imposible salir y entonces ella nunca más volvería a verme. Pues ella se había enamorado de mi. Le dije que era mi deber vencer al Minotauro y ella me dijo que el Minotauro era un monstruo pero era su hermano. Ariadna me desveló los puntos débiles del monstruo para que no entrase a matarlo y al final le dije que no entraría. Al día siguiente Minos nos ordeno entrar en el laberinto y poco a poco nos íbamos adentrando en él, cuando Ariadna se acerco a mí y me susurró al oído que tomara un hilo y me suplico que por lo que más quisiera que no lo perdiera. Poco a poco fuimos adentrando en el laberinto hasta que llegamos donde se encontraba el monstruo. Se dirigió hacia a mí y salté por encima de él arrancándole un cuerno y se lo clavé. Poco a poco el monstruo fue perdiendo fuerzas y cayó derrotado al suelo. Yo y mis compañeros empezamos a saltar de, alegría pero algunos estaban asustados porque temían que no pudiéramos salir de allí. Hasta que les dije que había dejado un hilo por el camino que nos llevaría a la salida. Cuando llegamos a la salida llevábamos los cuernos del Minotauro como prueba de la victoria, Ariadna al verme me dio un fuerte abrazo y nos fuimos camino al puerto con mis compañeros. Zarpamos rumbo a Atenas y en el camino tuve un sueño muy extraño de un dios llamado Dionisio, que me decía que abandonara a Ariadna en una isla porque ella no sería mi esposa y así la abandoné en una tierra desconocida.
De vuelta Atenas celebrábamos la victoria al Minotauro y se me olvidó izar las banderas blancas en señal de la victoria. Mi padre esperándome vio las velas negras, pensó que yo había muerto y se tiró al mar. Mi padre murió. Cuando llegué a Atenas vi como recogían el cuerpo de mi padre y enseguida comprendí la situación y me maldije por haber sido tan descuidado. Enseguida pensé que me había quedado sin padre y sin esposa. Decidí que desde ese día el mar que rodeaba Atenas llevaría el nombre de mi padre. Desde entonces el mar se llamaría Mar Egeo.
Le fallé a mi padre, así como también a Ariadna, que no lo merecía. Pero, sobre todo, le fallé a mi hijo. La historia es demasiado dolorosa y todavía no podría narrarla sin morir de dolor. Aunque ojalá muriera. Solo, al final de mis días, espero que la muerte venga a rescatarme de esta vida que ya no es vida.