Hijos de Urano y Gea


Crono es mi hermano, hijo como yo de Urano y Gea. Fue quien nos liberó, a todos los titanes, de la prisión en que mi padre nos mantenía. Así se convirtió en el rey de los dioses, y todos le juramos lealtad y obediencia. Él se casó conmigo. Mi nombre es Rea.
Tuvimos un total de seis hijos. Pero mi marido no fue con ellos mejor que nuestro padre con nosotros. Temiendo que un día uno de ellos le arrebatara su poder, los iba devorando conforme nacían.
No soporté mucho tiempo esta situación. Cuando nació el que iba a ser el último de mis hijos, un varón, lo sustituí por una piedra, que envolví en un manto ligero. En su voracidad no advirtió el engaño y la engulló también.
Oculté al niño en la isla de Creta. Previsora, colgué su cuna de las ramas de un árbol, para que su padre, si sospechaba algo, no pudiera averiguar si el niño estaba en el cielo, en la tierra o en el mar. Se crió con la leche de la cabra Amaltea y, cuando lloraba, unos sacerdotes llamados “curetes” ocultaban sus gritos haciendo sonar unas castañuelas.
Este niño, al que llamé Zeus, creció de esta manera. Cuando llegó a la edad adulta quise restituirlo al Olimpo, y así lo presenté a su padre como copero. Encantado con la belleza y buenos modales del chico, lo admitió a su servicio. En una de las primeras copas que sirvió a su padre vertí un poderoso emético. Vomitó a todos sus hijos, a Poseidón y a Hades; a Hera, Deméter y Hestia (yo a todos había dado un nombre), incluso a la piedra, el ónfalos, que situamos en el lugar que es centro del mundo.